Una rebeldía que desembocó en sexología

ARNALDO GARCÍA

Educación. Pasó años entre monjas y restricciones de una época con grandes recortes en la moral. Su trabajo le otorga un amplio conocimiento sobre las relaciones entre las parejas y los conflictos que les afectan

Nació en el Hospital Avilés (antes de caridad) cuando la dictadura arreaba los últimos coletazos y desde muy pequeña fue vecina de Sabugo. Recuerda ser feliz hasta que perdió a ‘Tita’ y a ‘Mamina’, las dos mujeres que la criaron y le enseñaron a leer y a escribir antes de ir al colegio. Las echó de menos demasiado pronto. Cuidó de sus hermanas cuando ya era adolescente y las llevaba de la mano y en silla recreando las películas de la cantante Marisol, aunque en realidad se sentía como un patito feo o «como la niña gordita de gafas del cole». Todo aquello dejó un poso que Ana Fernández ha ido limando con su esfuerzo, trabajo y familia.

Pasó años entre monjas y rodeada de muchas restricciones en todo lo relacionado con la moral y las costumbres, «porque no te podías relacionar con chicos, sólo con tus compañeras de clase», y salió adelante sujeta a cierta rebeldía que aún la mantiene alerta. Siempre quiso estudiar algo relacionado con las relaciones sexuales de las personas y dio con ello en Madrid, en el INCISEX, cuando la campaña del ‘Póntelo, pónselo’, donde cursó el postgrado de Sexología, después de haberse licenciado en Psicología. Ahora trabaja en un instituto de secundaria y le gusta pararse a la puerta del centro para hablar con padres y alumnos.

Posó en un estudio fotográfico con ropa nueva.

Ha sido presidenta de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología, participa desde hace 18 años en el curso de verano que se organiza en Avilés para universitarios y profesionales, y piensa que la administración pública podría aprovecharse de ella.

Distingue entre educación sexual, que pasa por una consulta, y atención a las sexualidades que implica una asignatura relacionada con la materia. Considera que si se educara desde la infancia, «la gente no tendría tantos problemas de mayores en sus relaciones, en su erótica o en la convivencia» y deja claro que las relaciones sexuales refieren a toda la relación de pareja, «no sólo a la parte erótica».

A los once años cumplió el sueño de desfilar en carroza.

El deseo, los celos, las conductas en pareja, son términos habituales de su trabajo y la raíz de los problemas con los que trata a diario. «La educación adecuada tiene que ser estable, no vale con dar un taller de cuatro horas».

Entiende que haya personas que elijan vivir sin mantener relaciones sexuales, pero dice que no es lo habitual, porque «somos seres sexuados, sexuales, eróticos y amantes».

El día de su boda con el sexólogo Iván Rotella.

Su trabajo le ha permitido, en ocasiones, ver el sexo de los ángeles, al tropezar con personas que hablan «de una forma tan etérea que es imposible de entender» y considera el sexo opuesto como un interlocutor que «ayuda a entendernos a través del diálogo».

Apenas viaja porque no disfruta, y mucho menos en avión, así que sale de Avilés más por trabajo que por diversión. Desearía tener sueños eróticos con frecuencia, pero desde la pandemia duerme regular. Por soñar, también sueña con una lotería que le permita crear un centro para la sexología en Avilés. Mientras, se mantiene muy despierta, al quite, pendiente del cine, que le encanta, y de la música, sin la que no sabe pasar el día. Quiere que la vida le permita estar alegre, que nada le haga perder las ganas de divertirse, de coquetear y de seducir, siempre en familia.

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