«Desde que conocí Avilés, siento que ha cambiado mi rumbo»

Saber qué le depara a uno el futuro es algo que se sitúa completamente fuera del alcance del ser humano. Y si no, que se lo digan a Daniel Duvall (Egremont, 1955), un estadounidense que se licenció en Botánica, ejerció como albañil, carpintero, jardinero y encargado del mantenimiento general de la pequeña universidad de Simon’s Rock, en Massachusetts, y aún le quedaron ganas para estudiar fotografía, convertirse en el profesor del mismísimo Ronan Farrow, hijo de la Mia Farrow y dejar el corazón en Avilés para transitar la Vía de La Plata.

«Hace poco más de una década empecé a trabajar en un proyecto fotográfico sobre arte rupestre y me fui a la República Dominicana, que tiene muchas cuevas sin explorar y el permiso de entrada es más fácil», recordaba el estadounidense al calor de una sidra en Casa Alvarín. «El caso es que para recuperar el dinero del viaje hice camisetas con esas fotos y me puse a venderlas en la calle, en Nueva York». Lo más curioso llegó cuando el viajero se dio cuenta de que, si tenía hambre, habría de invertir un importe mucho mayor en el desplazamiento en metro que en el propio «pincho», palabra que ya reconoce a la perfección, así que tendió la mano a su destino, se compró una bicicleta plegable y, nueve años después, «no sabría qué hacer sin ella».

A razón de 90 kilómetros de ruta al día, Duvall ya conoce la senda que lleva de Albany a Búfalo, de Cincinnati a Cleveland y de Sevilla a Gijón, «pero hacer parada en Avilés… Eso fue otra cosa». Tanto es así, que mientras compartía con este medio las anécdotas de su periplo, bromeaba: «Temo que si comparto esto en mis redes puedan llegar a perder su ciudad porque vengan todo el mundo a vivir aquí». Como ha hecho él, que lleva aquí ya desde marzo.

Fueron catorce días y cerca de mil kilómetros los que el estadounidense habría recorrido hasta saberse amante de la villa: «Cuanto más conoces algo, mayor es la posibilidad de que te guste», reflexionaba, «pero aquí la vida en la calle es distinta, la gente ayuda, la calidad de vida es perfecta, la calidad de la comida es excepcional… y ¡hay sidra!».

Aunque tiene grabada a fuego la sensación que le embargó al llegar al puerto de Pajares «y ver que tenía que hacer con la bici una bajada del 18% de desnivel», Duvall reconoce que «también fue muy bonito cuando me perdí a la altura de Béjar, en Salamanca y circulé por el canal romano por accidente».

Duvall, que asegura que «andar en bici me ha permitido confiar en mi capacidad mental y física», compartió además su aprendizaje sobre lo que podrían ser meditaciones vitales y útiles en más de una ocasión: «Gracias a que decidí comprar aquella bici me di cuenta de que lo mejor de viajar solo es disponer de libertad para tomar decisiones».

Una experiencia a la que, añade «la complementa el idioma que acompañe tu viaje». Y es por eso que, como siente el viajero que «desde que conocí Avilés ha cambiado mi rumbo», practica el asturiano y afina el gusto en la que fue su primera parada: «En Casa Tataguyo».

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